lunes, 25 de abril de 2011

La Torrecilla de Grávalos

El primer y último mojón del coto redondo del antiguo monasterio cisterciense de Fitero, por eso era redondo el coto: porque empezaba y acababa su amojonamiento en el mismo hito, era La Torrecilla de Grávalos. Llamado así porque en la cima del monte gravaleño, que servía de mojón al monasterio desde 1168, aún se encuentran las ruinas de la pequeña torre, cuya presencia sigue dando el nombre al propio monte. Si bien ahora éste sirve de mojón entre Cervera del Río Alhama y Grávalos. Desde La Torrecilla continuaba el amojonamiento fiteriense por las cerveranas Peñas del Can hasta llegar a los antiguos baños de Tudején (despoblado de Fitero) o establecimiento antiguo de los Baños de Fitero, continuando el recorrido por unos linderos parecidos a los del actual término municipal de Fitero, adentrándose después por campos que ahora pertenecen a Cintruénigo, Corella y Alfaro, para acabar recorriendo toda la falda meridional de Yerga y llegar, por la gravaleña Cueva Ladrones, hasta el mojón de La Torrecilla.
Los potentes muros de la torre, de casi un metro de espesor, están bastante derruidos y no levantan más de un metro y medio de altura. Sin embargo permiten reconstruir su planta con cierta facilidad y se puede decir que era rectangular y que su interior estuvo dividido en tres estancias: la mayor o principal, que da al mediodía y cuyo ancho es como el de las otras dos habitaciones más pequeñas juntas, la mediana y lo que podría ser el hueco de la escalera que permitiría acceder al desaparecido segundo piso, dando ambas al norte, hacia el monte Yerga, cuya cima se ve al fondo. Cara septentrional en cuyo exterior también se encuentra adosada una estancia de dimensiones similares a la mediana pero cuyos restos de muros, de cerca de dos metros de altura, parecen indicar que su techo formaba una cúpula en forma de cuarto de esfera, por lo que debió servir de almacén o quizá de aljibe para quienes ocupaban esta fortaleza medieval. Pues no sólo se trata de una estratégica torre de vigilancia, con excelentes vistas, sino de unas estructuras algo más complejas ya que tanto hacia poniente, donde se ven los edificios de la villa de Grávalos a unos dos kilómetros de distancia, como también hacia el mediodía, se ven también restos de los arranques de varios muros de piedra, que debieron pertenecer a varias estancias auxiliares.
Al no haber observado la presencia de restos de cerámica entre la abundante vegetación que cubre la cima y las laderas de este monte, es difícil aventurar su antigüedad. Aunque dado que en su falda noroeste se encuentra el término gravaleño de La Torre, en el que, en 1929, fue hallada una necrópolis romana, de la que sólo se conserva una lápida funeraria con una inscripción latina que data de finales del siglo II d. C., cabe aventurar la posibilidad de que la fortaleza de La Torrecilla pudiera no sólo ser de época medieval sino quizá también anterior.
No estaría nada mal que el Ayuntamiento de Grávalos declarara este yacimiento arqueológico como Bien de Interés Cultural de carácter local, al menos. Sería un primer paso para protegerlo y para que comenzara su estudio. Así, algún día, los vecinos de Grávalos podrían contar también con un centro de interpretación en el que aflorara su Historia y, de paso, se promoviera la visita a lugares de interés también para quienes se acerquen a probar las propiedades terapéuticas de su recién reconstruido balneario de la Fon-podrida.
En cualquier caso, las magníficas vistas que ofrece la cima de La Torrecilla son más que un aliciente para acercarse hasta la cima de este monte y disfrutar de una buena excursión y, si como fue mi caso, encima es en compañía de un buen amigo, Miguel Álvarez Arévalo, y de su joven pero avispada y valiente hija, Paula Álvarez Bozal, mejor aún. Además, el tiempo de la lluviosa Semana Santa nos dio un respiro ayer y pudimos gozar de una tarde primaveral muy agradable. Tarde en la que, por cierto, tuvimos la suerte de ver tres magníficos corzos a los que creo que les estropeamos la siesta que debían estar echando entre los matorrales de la cima de La Torrecilla.