viernes, 8 de abril de 2011

La conexión de Fitero y Borgoña: el Cister

En 1098, el monje benedictino Robert abandonó el Monasterio cluniacense de Molesmes (Borgoña) que había fundado en 1075, en compañía de otros 21 monjes, entre los que destacaban el prior Alberic y Etienne Harding, para fundar un nuevo monasterio en el que vivir de una forma más pura o con una estricta observancia de lo estipulado en la Regla de San Benito de Nursia. Así se fundó el Monasterio de Cîteaux o de Cister (Saint Nicolas les Cîteaux, Cöte dOr, Francia), en el ducado de Borgoña.
San Roberto de Molesmes regresó a éste monasterio en 1099 y San Alberico le sucedió al frente de Cister, consiguiendo la dependencia del Papa. Tras la muerte de Alberic, en 1108, fue reemplazado al frente de la comunidad monástica por Etienne Harding, posteriormente conocido como San Esteban, y durante su abadiazgo estuvieron a punto de abandonar este proyecto religioso y desaparecer. Así parece que habría sido de no ser porque, en 1113, ingresó Bernard de Fontaine con varios familiares y amigos de la nobleza borgoñona que ayudaron a la revitalización de Cister. Ese mismo año comenzó la expansión por el ducado de Borgoña con la fundación del Monasterio de La Ferté en Grosne (St. Ambreuil, Saône et Loire) y, en 1114, la del Monasterio de Pontigny (Yonne). En 1115 los cistercienses cruzaron la frontera del vecino condado de Champagne, donde fundaron el Monasterio de Morimond (Fresnoy en Bassigny, Haute-Marne) y también el de Clairvaux (Ville-sous-Laferté, Aube) o de Claraval, que es también el sobrenombre por el que se conoce a su fundador y primer abad, el citado santo Bernardo de Claraval. A su vez, cada uno de estos cuatro monasterios se convirtió en una Casa Madre y junto con la de todos ellos, Cister, comenzaron a fundar sus propias filiales por toda Europa.
Uno de los casi 30 monasterios filiales que Morimond fundó a lo largo de su historia, fue el que estos cistercienses consagraron en 1131, en la vertiente francesa de los Pirineos. Concretamente en Cabadur (Gripp, Hautes-Pyrénées), en el condado de Bigorra. Aunque, en 1148, esta comunidad se trasladó a su ubicación definitiva, renombrando su monasterio como l’Escaladieu (Bonnemazon, Hautes-Pyrénées), estando ambos lugares muy cerca de Saint Gaudens (Haute-Garonne), de donde era natural Raymond. El cual, tras haber profesado como monje en Cabadur, cruzó los Pirineos al frente de otros doce cistercienses para fundar el monasterio de Niencebas (despoblado de Alfaro), en 1140, que acabó trasladándose a su ubicación definitiva de Fitero, en 1152. Dando así este sobrenombre tanto al primer monasterio cisterciense de la Península Ibérica, como a su primer abad y fundador: San Raimundo de Fitero, que también fue el fundador de la Orden Militar de Calatrava.
Largo trayecto el que recorrieron estos monjes para llegar desde el antiguo ducado de Borgoña hasta Fitero, a mediados del siglo XII. Recorrido que entusiasmó a mi amigo José María Yanguas Garraleta, más conocido como "Chema", con el que disfruté muy buenos ratos y, especialmente, cuando le ayudé a preparar la excursión que realizó con su moto, en 2004, por éstas y otras rutas cistercienses, pocos meses antes de fallecer de manera absolutamente inesperada. Aún recuerdo su emocionante llamada telefónica de aquella tarde del sábado 22 de mayo, cuando yo iba conduciendo, camino de Logroño, para disfrutar en el teatro Bretón del magnífico concierto que entonces ofreció María Bayo, justo después de que acabara de caer una tremenda pedregada entre Alfaro y Rincón de Soto. Chema me llamó desde Morimond, a dónde acababa de llegar, y fue lo primero que hizo, para decirme: “Está atardeciendo y la puesta de Sol aquí es preciosa. No sabes lo feliz que me siento a las puertas de este monasterio, tan importante para los fiteranos. Aunque ya no quedan restos de la época de San Raimundo, da igual. Pues me parece sentir la presencia de los abades que se reunieron aquí, en Capítulo General, en 1158, y decidieron defenestrar a nuestro Patrón, expulsando del Cister al Monasterio de Fitero y a la Orden de Calatrava”. Qué buena persona era Chema y ¡qué buen fiterano! Aún recuerdo su sonrisa perenne y su continua intención de agradar y de hacer el bien a todo el mundo. Ojalá sirvan estas líneas como un humilde homenaje en recuerdo de Chema.