domingo, 8 de mayo de 2011

Las atalayas de los Cascajos y de Olmiguete

Atalaya es una palabra de origen árabe con la que se designaba al vigía y, por extensión, a las torres desde la que se ejercía esta función que, en el pasado y hasta que fueron sustituidas por otros medios más tecnológicos, formaban parte de las actividades de la inteligencia militar. A diferencia de otras torres, en las atalayas no había espacio suficiente para posibilitar las funciones propias de u refugio, vivienda o  permanencia estable y, mucho menos aún, las de carácter defensivo. Aunque como éstas solían tener la entrada a media altura para que, una vez retirada la escala por la que se accedía a su interior, fuera difícil penetrar en ellas incluso para alguien montado a caballo. Otra de la diferencia entre las torres y las atalayas es la de que su planta solía ser circular pues se buscaba la optimización y el ahorro de los materiales de construcción que normalmente eran de mampostería, mientras que la planta de las torres solía ser cuadrada o rectangular. Dada la altura de las atalayas conservadas, como la de la imagen que está en Rello (Soria), se puede considerar que estaban formadas por planta baja, dos pisos y una terraza, separados por sus correspondientes suelos de madera.
La función de vigilancia de las atalayas requería que estuvieran ubicadas en lugares de amplia visibilidad, normalmente, en la cima de los montes y, sobre todo, cabe destacar que no eran elementos aislados sino que eran los nodos que formaban parte de una verdadera red de comunicaciones ópticas, bien fuera por medio de la transmisión de señales de humo, resultantes de la quema de leña almacenada para la ocasión, o de señales luminosas que se comunicaban por medio de espejos. Empleando el primer medio principalmente en las horas de oscuridad y el segundo durante el día.
En Fitero hubo dos atalayas, la de los Cascajos, ubicada cerca de la cima del monte de las Navillas, y la de Olmiguete, que aún da nombre al monte Atalaya, el segundo más alto del término municipal de la Villa y en el que hay una instalación de los guardas forestales pues no en vano es uno de los puntos con mayor visibilidad de toda Navarra, tal como publiqué hace más de una década. En ambos casos quedan restos de la planta circular que tuvieron estas atalayas si bien en la de los Cascajos han quedado cubiertos en buena medida por la Cruz de la Atalaya, mientras que los de la atalaya de Olmiguete se conservan junto con el montón que forma el buen número de piedras que debieron formar parte de ellas. Restos de los que también habló Pascual Madoz Ibañez, publicando que en la Atalaya, cabezo el mas avanzado hacia Navarra, desde donde se descubre un gran horizonte de este ant.  reino y el de Aragon, están todavía los cimientos de la torre que la formaban.
La primera noticia acerca de la atalaya de los Cascajos data de 1870, cuando Tomás Lletget y Caylá, siendo el director del actual balneario Virrey Palafox, de Baños de Fitero, al tratar acerca de las antigüedades e historia de los primitivos Baños de Fitero y de la villa en cuya jurisdicción radican publicó que de la época de la dominación árabe, además de la Atalaya, torre ruinosa situada en un monte no lejano del establecimiento, se conservan tres baños de construcción caprichosa y bella, aunque tosca. Por lo que se puede considerar que aún se conservaba buena parte del alzado de la atalaya de los Cascajos hasta que, el 3 de mayo de 1908 y con motivo del recuerdo que la sección local del Apostolado de la Oración quiso dejar de unas Misiones celebradas en la Villa durante el año anterior, sus restos fueron derruidos sin mayor miramiento para instalar sobre ellos la que fue la primera Cruz de la Atalaya, que fue obra del carpintero fiterano Patricio Alfaro, hecha con una tonelada de madera de los álamos de Hospinete. Cruz que las inclemencias del tiempo acabaron erosionando y destruyendo hasta que fue necesario reemplazarla, el 14 de septiembre de 1973, por la que ahora existe, obra del polifacético carpintero fiterano Carmelo Fernández Vergara, hecha de hormigón y sufragada por suscripción popular, y que es una reproducción a escala, diseñada por Román Magaña Morera, de la madrileña Cruz de los Caídos de San Lorenzo de El Escorial, como publicaron Manuel García Sesma, Ricardo Fernández Gracia y Jesús Bozal Alfaro.
Manteniéndose la tradición popular de acudir en romería, algunos andando y otros en coche, el primer domingo después del 3 de mayo, festividad de la Invención de la Santa Cruz, para poder celebrar una Misa a los pies de la Cruz de la Atalaya, como ha ocurrido hoy mismo, a las 18:00. Tradición a la que hay que añadir la costumbre que también profesan algunos vecinos de la Villa, que suelen acudir a este mismo lugar emblemático cada 14 de septiembre, festividad de la Exaltación de la Santa Cruz.
En una prospección que realicé hace un par de veranos con mi buen amigo Salvador Remírez Vallejo, arqueólogo cirbonero, encontramos fragmentos de cerámica musulmana de los siglos VIII y IX, indicio que la atalaya de los Cascajos estuvo en uso en dicha época de dominio musulmán del valle del Alhama. Si bien pudo haberlo estado también con anterioridad, en caso de que hubieran existido antecedentes de una construcción más sencilla y quizá hecha de madera, de la que no tenemos constancia arqueológica, parece que, poco a poco, fue cayendo en desuso y que no debió tener la misma utilidad a partir de la reconquista del valle del Alhama, en los primeros meses de 1119, si es que todavía estaba activa. Seguramente, aunque aún no hemos tenido ocasión de realizar la proyectada prospección en los restos arqueológicos de la atalaya de Olmiguete, ésta debió formar parte de la misma red de atalayas que la atalaya de los Cascajos, enlazando ambas con las existentes en el somontano del Moncayo, la serranía de Yerga y la meseta soriana del Duero, además de servir de apoyo al estratégico castillo de Tudején (despoblado de Fitero) en su control del valle del Alhama como magnífico corredor que comunica el valle del Ebro con la meseta del Duero desde tiempos prehistóricos.
Ojalá algún día se puedan estudiar y poner en valor estos restos arqueológicos, haciendo de ambos lugares otros dos rincones de extraordinario interés turístico por su valor cultural y por las vistas que se pueden disfrutar desde cualquiera de ellos.