jueves, 24 de febrero de 2011

Excursión de Corella a Yerga, donde está el monasterio que nunca existió

El pasado domingo nos hizo un día precioso, muy soleado y con un cielo azul intenso. La organización de la excursión por parte del Ayuntamiento de Corella, con el apoyo del Grupo de Montaña Seioa, no pudo ser mejor ni estar más atenta con los participantes. Fuimos algo más de 330 personas, de todas las edades, las que nos reunimos en el polideportivo a eso de las 8 de la mañana para recoger nuestro dorsal e, inmediatamente después, comenzar la marcha. No todos éramos de Corella o de los pueblos vecinos como Cintruénigo o Fitero, sino que hubo mucha gente que había venido de diversas partes de toda Navarra, La Rioja, Aragón y también del País Vasco.
El primer avituallamiento tuvo lugar ya en La Rioja y poco después de pasar junto a la balsa de Portillo de Lobos. Después continuamos por el camino de Valdearañón hasta subir a la mitad de la falda de Yerga y aquí tuvo lugar la segunda parada y la división en dos grupos: los que siguieron por el camino que bordea el monte en dirección a Grávalos (esto es, los que desde el Portillo de Lobos siguieron parte de la muga del coto redondo del monasterio de Fitero, que hasta esta región llegaba por el noreste) y los que seguimos subiendo por el camino hasta llegar a la cima de Yerga para disfrutar de una preciosa vista, con el Moncayo nevado al fondo.
Tras dejar atrás el punto geodésico más alto de los alrededores del curso medio-bajo del Alhama, antes de su desembocadura en el Ebro, en Alfaro, empezamos a bajar por la cara norte de Yerga hasta llegar al merendero que hay junto a la fuente de Santa María y las ruinas de la ermita que los cistercienses de Fitero tuvieron allí. Por cierto que, aunque los vecinos de Autol representen con mucha ilusión y buen hacer la leyenda que Gustavo Adolfo Bécquer escribió durante su estancia en el balneario de Fitero, que hoy lleva su nombre, y en la que el poeta sevillano inmortalizó el mito de que el primer monasterio cisterciense de la península Ibérica tuvo su primera sede en dicha ermita (El Miserere, 1862); no nos queda más remedio que recordar que eso es una leyenda cuya base mítica también embaucó a Bécquer. Pues, en 1200, cuando los monjes de Fitero fundaron en Yerga la pequeña granja cisterciense, que les perteneció hasta la desamortización de Mendizábal, ya llevaban instalados en el valle del Alhama más de medio siglo, primero en el territorio alfareño donde estuvo la villa de Niencebas o Bienzobas (1140-1152) y después en Fitero, que entonces pertenecía a la también desaparecida villa de Tudején.
Este tercer y último avituallamiento nos dio fuerzas para continuar bajando por el camino que conduce hasta Grávalos, donde estaba previsto el final de la excursión (25,9 Kms). En el parking que hay junto a su recién reconstruido balneario –magnífica obra e instalaciones, que recomiendo visitar, por cierto- nos esperaba el autobús que nos llevó de regreso a Corella y así, a eso de las 2 de la tarde, concluyó una magnífica jornada en la que disfrutamos de las maravillas que la Naturaleza nos ofrece tan cerca de casa, aunque a veces nos parezca que están tan lejos y por eso, quizá, no las apreciemos como merecen.

miércoles, 16 de febrero de 2011

La mezquita medieval de Cintruénigo

En 1167 y en el monasterio cisterciense de Fitero firmaron las paces los reyes de Castilla y de Navarra, Alfonso VIII el Bueno y Sancho VI el Sabio, respectivamente. Al año siguiente, el castellano le otorgó a su recién recuperado monasterio el dominio sobre el territorio que, desde entonces, configuró su coto redondo (antecedente del actual término municipal de Fitero), delimitando los mojones que marcaban su frontera con los términos de las localidades vecinas de su reino y de los de las poblaciones fronterizas de Navarra y Aragón. Buena parte de estos mojones correspondían a accidentes geográficos fácilmente identificables todavía o a la ubicación de destacadas construcciones, como por ejemplo la mezquita que hubo a la vera de la estanca de Cintruénigo. Embalse que está próximo al actual límite entre los términos municipales de Fitero y Cintruénigo, conociéndose aún la parte fiterana como La Morería, y quedando también muy cerca el término cirbonero de las Medinas, ambos de indudable reminiscencia musulmana. Siendo muy probable que estos dos vocablos pertenecieran anteriormente a otra localidad que hubo allí y cuyo nombre, Lorcenec o Lorcénigo, todavía se conservaba a mediados del siglo XII.
La falta de documentación impide saber si quienes edificaron e hicieron uso de esta mezquita medieval fueron los habitantes musulmanes del desaparecido Lorcénigo o si pudieron ser algunos de los que habitaron en Cintruénigo hasta principios de 1119. Fecha en la que el rey de Aragón y Pamplona, Alfonso I el Batallador, reconquistó el valle del Alhama o valle de las aguas termales, e impuso a la población musulmana que no quiso exilarse, la condición de tener que trasladarse a vivir extramuros. Siguiendo la misma suerte que los musulmanes de la recién reconquistada Tudela y que, poco antes, también habían corrido los de Zaragoza, donde estuvo la capital del homónimo reino musulmán al que, hasta entonces, había pertenecido el valle del Alhama.
En cualquier caso, esta mezquita se encontraba junto a la acequia o canal del Rey que aún pasa al oriente de la estanca cirbonera y su referencia siguió siendo utilizada como mojón del coto redondo del monasterio de Fitero hasta bien entrada la Edad Moderna. Pues, en 1655, se añadió el detalle de que la mezquita se encontraba junto al pretil o muro de sillares de piedra que todavía se puede ver, junto con sus contrafuertes, cerca del lugar por donde desagua esta estanca. Por lo que quizá una prospección arqueológica permitiría datar mejor el pretil y localizar posibles restos de esta mezquita medieval.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Los orígenes del apellido Bienzobas

En 1140 cruzó los Pirineos Raymond, al frente de una comunidad de doce monjes. Procedían del monasterio de Cabadur, que después fue conocido como l’Escaladieu, y se trataba de los primeros cistercienses que se instalaron en la península Ibérica. Concretamente, en la falda meridional del monte Yerga, en el valle de la riojana Fuente de los Cantares, esto es, en el lugar de Niencebas (despoblado de Alfaro).
Hacía poco que la villa de Niencebas se había quedado desierta, seguramente, como consecuencia del conflicto bélico resultante de la escisión de los reinos de Pamplona y Aragón. Desafortunadamente, no sobrevivió a las luchas fraticidas entre los que pugnaban por la herencia de Alfonso I el Batallador, rey aragonés que, en 1119, había reconquistado Niencebas, como había hecho con todo el resto del valle del Alhama, repoblándolo en 1126 con mozárabes que trajo consigo de su expedición a Granada. Así acabó la historia de una villa cuyo pasado se pierde en sus raíces romanas y prerromanas, como así lo indican su propio nombre y los importantes restos arqueológicos que en sus alrededores aún se pueden apreciar.
Tampoco duró mucho la estancia provisional de los monjes cistercienses instalados en Niencebas, pues en 1152 ya habían acabado de edificar el monasterio de Castellón-Fitero, en el límite de la vecina villa castellana de Tudején (predecesora de la actual villa navarra de Fitero). A partir de entonces, la explotación del priorato o granja cisterciense de Niencebas fue puesta en alquiler por el monasterio de Fitero y su abad Raymond (San Raimundo de Fitero). Su riqueza motivó la codicia de los vecinos castellanos de Alfaro, quienes a finales del siglo XV y al ver cómo se acababa de formar la villa de Fitero, en torno al monasterio que le dio su actual nombre, la asaltaron y reivindicaron para sí. Dando lugar a actos de violencia y a largos pleitos en cuya documentación se aprecia cómo, en un par de siglos, fue degenerando el nombre de Niencebas hasta convertirse en el definitivo de Bienzobas.
El monasterio de Fitero siguió manteniendo la granja de Bienzobas hasta que los monjes fueron exclaustrados como consecuencia de la desamortización de 1835. Por lo que es más que probable que los vecinos de la cercana ciudad de Corella que aún llevan este apellido toponímico sean descendientes de quienes allí habían vivido y trabajado como colonos de esta granja cisterciense.
Los términos que pertenecieron a la antigua villa de Niencebas están repartidos entre los que ahora pertenecen a las vecinas localidades de Alfaro, Corella, Cintruénigo y Fitero. Lamentablemente, en el fértil valle de la Fuente de los Cantares no se aprecian los restos del provisional asentamiento del monasterio de Fitero, ni de las dependencias correspondientes a la granja en que acabó transformándose Bienzobas. Tan sólo se ven los restos de la Venta del Pillo, en cuyos sus muros presenta grandes sillares que quizá sean de origen cisterciense o, con mayor probabilidad, de época romana. Pero estas dudas no serán despejadas hasta que los arqueólogos rescaten del olvido la Historia de los pueblos que pasaron por este estratégico y fronterizo lugar, situado en el camino natural entre la meseta del Duero y el valle del Ebro.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Fitero y la Ley de Símbolos

En el monumento al Patrón de la villa, San Raimundo de Fitero, obra del polifacético fiterano Fausto Palacios Martínez, figuran dos escudos de armas: el de Navarra y el de Fitero. Al primero, siguiendo una interpretación libre de la Ley de Símbolos, de abril de 2003, o quizá, mejor dicho, una variante “coloquial”, se le retiró la “laureada”. Esto es, el Ayuntamiento de Fitero llevó a cabo, ese mismo año, la eliminación de la corona de laurel perteneciente a la condecoración de la Cruz de San Fernando (distinción al mérito militar que fue instituida, en 1811, por las Cortes de Cádiz), pero sin llegar a eliminar la citada cruz, que aún sigue acolada al escudo de Navarra. Curiosamente, esta circunstancia no se dio en las otras dos representaciones del escudo de Navarra con la Cruz laureada de San Fernando que hasta entonces había en Fitero (en sendos carteles realizados en cerámica que están ubicados en los extremos de la calle mayor-carretera local NA-160), ya que no fueron eliminados sino que fueron cubiertos con un plástico en el que figuraba ya impreso el nuevo escudo de Navarra, acompañando al letrero con el nombre de la Villa.
No queda claro si la citada interpretación “coloquial” acerca de cómo debía eliminarse la “laureada” de este insigne monumento se debió a una inspiración excéntrica de quién llevó a cabo la orden foral en Fitero o si, con mayor probabilidad, fue fruto de la ignorancia y el desconocimiento de cuáles eran los componentes de la cruz laureada en cuestión. El caso es que este escudo de Navarra aún sigue ostentando la Cruz de San Fernando, compuesta por las cuatro espadas en forma de cruz y cuyas puntas sobresalen por debajo del escudo. De modo que no corresponde a la representación vigente del emblema navarro sino a una versión “degradada” del que allí se puso en 1946.
Por cierto, si en Fitero se deciden a cumplir la ley de símbolos, solventando la chapuza perpetrada en el escudo de Navarra, que, por favor, aprovechen para reemplazar la versión libre del escudo de la Villa, que también figura allí, por una acorde a la oficial y que también está en el Palacio de la Diputación Foral de Navarra, desde 1861.