viernes, 28 de octubre de 2011

Beneficencia Municipal

A finales de los 80 del siglo pasado, Manuel García Sesma escribió que la clausura del Monasterio en 1835 significó un desastre para los más pobres del pueblo, que quedaron prácticamente abandonados a su suerte, pues la institución posterior de la Beneficencia Municipal sólo representó un inocuo y descolorido paliativo.
Suprimida la comida conventual y reducidos al mínimo vital los salarios, las familias de los jornaleros se las veían negras para poder subsistir. Sobre todo, en las temporadas invernales en que sobrevenían lluvias y nieves prolongadas, entonces frecuentes. En tales ocasiones, el Ayuntamiento socorría provisionalmente a las familias más necesitadas, repartiéndoles pequeñas raciones de comestibles (pan y alubias o garbanzos, o sardinas arenques, etc.). Todavía en 1913, La Voz de Fitero, en su nº 48, correspondiente al 2 de marzo, insertaba esta gacetilla. "El viernes, 21 de febrero, a consecuencia del temporal de nieves, se repartió a los pobres raciones de una libra de pan y media escudilla de alubias por persona". Era indispensable que los beneficiarios no poseyeran ni un palmo de terreno y que estuviesen inscritos en las listas de la Beneficencia. El principal servicio de ésta consistía en suministrar a los pobres gratuitamente médico, practicante y medicinas, en caso de enfermedad grave, tramitando su ingreso en el Hospital Provincial de Pamplona, si se estimaba necesario. Las peticiones de admisión en la Beneficencia eran frecuentes, en la 2ª mitad del siglo XIX, a causa de la pobreza reinante en el pueblo. Así, en la sesión del Ayuntamiento del 28-III-1886, se acordó incluir en ella a 16 vecinos más, rechazando a otros 6 solicitantes. 
También añadió que al industrializarse el pueblo en la década de 1960-70, el número de los beneficiados de la Beneficencia Municipal, comenzó a decrecer rápidamente, de manera que en 1972, sólo quedaban inscritos 14 vecinos y en la actualidad, ya no hay ninguno. Sin duda, da qué pensar.