Pocos son los registros existentes de Picotas en Navarra, según publicó Julio Altadill Torrontera de Sancho San Román, diciendo que sólo llegó a conocer la que se conserva en Lacunza y señalando que correspondió la Picota a la condición de villas, obtenida por las aldeas que adquirieron vida municipal propia, autonomía administrativa, libertad dignificante, que no sin honrosa información y cuantiosa ofrenda al real patrimonio, lográbase alcanzar; y desde el momento en que se lograba esa categoría en el orden administrativo, obteníase también el derecho de implantación de la picota, para en ella ejecutar justicia en plaza pública u obtener de la ejemplaridad, la enmienda de las costumbres públicas. También aclaró que el origen de esta palabra procede de la pica, porque como nadie ignora y la tradición nos informa, antes de que existiera la picota, se situaban al borde de los caminos las cabezas de los ajusticiados, cortadas a golpe de hacha por el verdugo y clavadas al extremo superior de unas picas cuya extremidad inferior se afianzaba en tierra, costumbre cuya tendencia era la ejemplaridad. Añadiendo que era posible que muchas de las cruces y de los Calvarios existentes en las afueras de los pueblos pudieron haber sido monumentos patibularios antes de adquirir su condición religiosa. Tal pudo ser el caso del Calvario que hubo en el camino asfaltado que hace las veces de variante o desvío por el Camino de Corella y Cervera del Río Alhama, y del que sólo se conserva su topónimo pues es posible que allí, a las afueras de la Villa, se trasladara la Picota que hubo en su plaza principal.
Además de los tres fallidos intentos por independizarse la Villa del señorío del antiguo Monasterio de Fitero, creando una nueva población en sus cercanías, mantuvo numerosos y costosos pleitos por lograr el derecho a impartir justicia entre los vecinos. La Picota, ubicada en una plazuela que entonces era la principal plaza de la Villa, a la salida de la Plaza de la Orden, por la que se accedía al monasterio y que hoy forma parte del Paseo de San Raimundo de Fitero, entre ésta, el Barrio Bajo, los Charquillos y el Cortijo, era el lugar en el que el abad mitrado de Fitero ejecutaba las ejemplarizantes sentencias, ante el espantado público que asistía a estos eventos, y también el lugar en el que se manifestaba y recordaba públicamente que la villa de Fitero lo era del monasterio que le dio su nombre.
Es una pena que hace más de un lustro el Ayuntamiento de Fitero desestimara la propuesta de recuperar la memoria de este importante lugar para la Historia de Fitero, colocando una placa con el nombre de Plaza de la Picota. Aunque peor ha sido que la plazuela haya quedado reducida a un extraño cruce en el que ahora se encuentran seis u ocho calles, según se mire, al que decidieron renombrar como si fuera parte de la cercana pero distinta Calle que no Barrio de la Iglesia, con la confusión que ello genera. No obstante, la chapuza tendría fácil arreglo si, quizá con apoyo del Consorcio EDER, se acabara recuperando la memoria de la Plaza de la Picota, instalando en ella no sólo una placa que la identifique adecuadamente sino también un panel informativo y quizá también otro panel similar junto al Calvario. Así, poco a poco, se podrían ir poniendo en valor los lugares significativos del casco urbano y de los alrededores de Fitero que podrían ir haciendo de esta Villa un lugar más atractivo para el turismo.