Hace tiempo que al tejado del templete cuadrangular que da cobijo a este Cristo del Humilladero le hace falta un buen retejado y algún que otro cuidado más. Especialmente, si las necesarias reparaciones se llevan a cabo con cierta urgencia y antes de que continúen ampliándose las peligrosas grietas de los arcos de ladrillo que soportan su moderna techumbre y de que continúe agrandándose el agujero que, desde principios de este año, hay en su falso techo. Esto es, antes de que la manifiesta desidia ponga en grave peligro al propio santuario.
Este Cristo del Humilladero, que debería estar catalogado como Bien de Interés Cultural de relevancia local, cuando menos, se encuentra en el lugar que fue conocido como el Paradero y que estaba ubicado en los extramuros de la villa hasta que, en 1845, fue derruido el cercano portal, junto con las ligeras y ruinosas fortificaciones de las que formaba parte esta entrada al cerrado recinto de Fitero, que dejaba a este monumental santuario fuera de lo que entonces era su casco urbano.
La construcción de este entrañable santuario data de poco antes del 28 de mayo de 1558 ya que en esta fecha hizo testamento el matrimonio formado por María Serrano y Juan Martínez de Azcoitia, que fue varias veces alcalde en la villa que, en 1482, habían fundado junto a su monasterio los cistercienses que llevaban instalados en este paraje desde 1152, y entre las voluntades expresadas por este matrimonio consta el mandato de que con los réditos de los 20 ducados que dejaban a tal efecto, se repararan tanto el Crucifijo como el Humilladero cuya construcción habían costeado. En el monumento ya no se conserva ese Crucifijo, aunque sí lo hace la columna que lo sustentaba, ni tampoco la primitiva techumbre del Humilladero. El primero fue reemplazado en 1948 por la escultura que para ello realizó Fausto Palacios Martínez (polifacético fiterano que también fue alcalde de la villa, entre 1955 y 1967) y que consiste en una cruz pétrea con un Cristo crucificado en su anverso y una imagen de la Virgen María con el niño Jesús en sus brazos, en el reverso, como publicó Ricardo Fernández Gracia. Fecha en la que también debió ser sustituida la segunda por la techumbre que ahora está en serias dificultades y que ya fue reparada en 1984 por el ayuntamiento, en una intervención que ocasionó la desgraciada rotura de uno de los brazos de la Cruz. Por lo que su alcalde, Carmelo Aliaga Hernández, ordenó entonces su inmediata reparación, cuyos nefastos efectos aún son visibles en la escultura. Así como, poco tiempo después, este primer alcalde constitucional también atendió la solicitud que le hicieron tres jóvenes fiteranos, preocupados por el Patrimonio Histórico de la villa, para que el Cristo del Humilladero no fuera desmantelado o trasladado a otro lugar fuera de contexto, debido a la presión inmobiliaria del momento.
Por lo que si ahora la autoridad municipal o foral que sea competente para ello se decidiera por fin a evitar que acabe hundiéndose el techo de este Humilladero y puede que con él lo haga también el resto del santuario, no vendría nada mal que también aprovechara estas obras de restauración para mejorar también su recinto, dotándolo de un pequeño jardín a su alrededor que hiciera aún más atractivo este pintoresco rincón del casco urbano de Fitero. A la vez que así se evitaría que los coches siguieran aparcando a tan sólo unos centímetros de las pilastras de sillería que sustentan el templete, haciendo más visible el santuario, y se facilitaría el acceso a los viandantes que quieran disfrutar de este insigne y recoleto monumento.
Finalmente, sería bueno que las autoridades se preocuparan por la conservación de este extraordinario monumento popular, de los pocos que aún se conservan en este estado en Navarra, para que no acabe hundiéndose y desapareciendo para siempre un elemento que merecería ser declarado Bien de Interés Cultural, al menos de carácter local.
Este Cristo del Humilladero, que debería estar catalogado como Bien de Interés Cultural de relevancia local, cuando menos, se encuentra en el lugar que fue conocido como el Paradero y que estaba ubicado en los extramuros de la villa hasta que, en 1845, fue derruido el cercano portal, junto con las ligeras y ruinosas fortificaciones de las que formaba parte esta entrada al cerrado recinto de Fitero, que dejaba a este monumental santuario fuera de lo que entonces era su casco urbano.
La construcción de este entrañable santuario data de poco antes del 28 de mayo de 1558 ya que en esta fecha hizo testamento el matrimonio formado por María Serrano y Juan Martínez de Azcoitia, que fue varias veces alcalde en la villa que, en 1482, habían fundado junto a su monasterio los cistercienses que llevaban instalados en este paraje desde 1152, y entre las voluntades expresadas por este matrimonio consta el mandato de que con los réditos de los 20 ducados que dejaban a tal efecto, se repararan tanto el Crucifijo como el Humilladero cuya construcción habían costeado. En el monumento ya no se conserva ese Crucifijo, aunque sí lo hace la columna que lo sustentaba, ni tampoco la primitiva techumbre del Humilladero. El primero fue reemplazado en 1948 por la escultura que para ello realizó Fausto Palacios Martínez (polifacético fiterano que también fue alcalde de la villa, entre 1955 y 1967) y que consiste en una cruz pétrea con un Cristo crucificado en su anverso y una imagen de la Virgen María con el niño Jesús en sus brazos, en el reverso, como publicó Ricardo Fernández Gracia. Fecha en la que también debió ser sustituida la segunda por la techumbre que ahora está en serias dificultades y que ya fue reparada en 1984 por el ayuntamiento, en una intervención que ocasionó la desgraciada rotura de uno de los brazos de la Cruz. Por lo que su alcalde, Carmelo Aliaga Hernández, ordenó entonces su inmediata reparación, cuyos nefastos efectos aún son visibles en la escultura. Así como, poco tiempo después, este primer alcalde constitucional también atendió la solicitud que le hicieron tres jóvenes fiteranos, preocupados por el Patrimonio Histórico de la villa, para que el Cristo del Humilladero no fuera desmantelado o trasladado a otro lugar fuera de contexto, debido a la presión inmobiliaria del momento.
Por lo que si ahora la autoridad municipal o foral que sea competente para ello se decidiera por fin a evitar que acabe hundiéndose el techo de este Humilladero y puede que con él lo haga también el resto del santuario, no vendría nada mal que también aprovechara estas obras de restauración para mejorar también su recinto, dotándolo de un pequeño jardín a su alrededor que hiciera aún más atractivo este pintoresco rincón del casco urbano de Fitero. A la vez que así se evitaría que los coches siguieran aparcando a tan sólo unos centímetros de las pilastras de sillería que sustentan el templete, haciendo más visible el santuario, y se facilitaría el acceso a los viandantes que quieran disfrutar de este insigne y recoleto monumento.
Finalmente, sería bueno que las autoridades se preocuparan por la conservación de este extraordinario monumento popular, de los pocos que aún se conservan en este estado en Navarra, para que no acabe hundiéndose y desapareciendo para siempre un elemento que merecería ser declarado Bien de Interés Cultural, al menos de carácter local.