Fue en un mes de enero, sólo que del año 1158, cuando los destinos de Fitero y Calatrava quedaron entrelazados para siempre. Entonces, la corte itinerante del rey de Castilla, Sancho III el Deseado, se encontraba en Almazán (Soria). Allí fue donde el ultra-pirenaico Raymond, primer abad del primer monasterio cisterciense que esta Orden fundó en la Península Ibérica, recibió la villa de Calatrava (Carrión de Calatrava, Ciudad Real), con objeto de que, junto a sus compañeros cistercienses, ayudara al rey de Castilla a defenderla de “los paganos enemigos de Cristo”.
No es de extrañar la confianza que depositó este rey en aquellas cogullas blancas pues los cistercienses, como si de Cascos Azules se tratara, ya habían demostrado durante casi dos décadas su valía como mediadores de la Paz en el Fitero, frontera o mojón en el que, desde 1134, Castilla lindaba con los nuevos reinos de Pamplona y Aragón.
De hecho, el 15 de abril de 1157, estando la corte del susodicho rey en Toledo y contando éste con el consentimiento de su padre, el emperador Alfonso VII, ya había recompensado a Raymond y a su monasterio con el señorío del castro castellano de Tudején (antecesor de la moderna villa navarra de Fitero), por la labor diplomática y pacificadora llevada a cabo entre los más importantes reinos cristianos. Trayectoria vital que contradice las míticas leyendas bélicas que aún distorsionan la hagiografía del Patrón de Fitero. Ya que, en vida de San Raimundo (fallecido hacia 1163 y enterrado en la villa toledana de Ciruelos, aunque sus restos descansan en la catedral de Toledo), no hay noticias de que la milicia cisterciense que él fundó (dirigiendo la multitud de seglares que le acompañaron desde Fitero a Calatrava) entablara ninguna batalla. Con el tiempo, esta milicia evolucionó hasta convertirse en la Orden Militar de Calatrava que, varios siglos después, adoptó como signo distintivo la cruz acolada que aún se conoce como Cruz de Calatrava y cuyo vivo color gules, desde mediados del siglo XX, adorna y forma parte del escudo y, por tanto, de las señas de identidad de Fitero. Por lo que aprovecho para felicitar al Ayuntamiento de Fitero porque siga manteniendo dicho símbolo a pesar de que recientemente se haya podido poner en cuestión.
De hecho, el 15 de abril de 1157, estando la corte del susodicho rey en Toledo y contando éste con el consentimiento de su padre, el emperador Alfonso VII, ya había recompensado a Raymond y a su monasterio con el señorío del castro castellano de Tudején (antecesor de la moderna villa navarra de Fitero), por la labor diplomática y pacificadora llevada a cabo entre los más importantes reinos cristianos. Trayectoria vital que contradice las míticas leyendas bélicas que aún distorsionan la hagiografía del Patrón de Fitero. Ya que, en vida de San Raimundo (fallecido hacia 1163 y enterrado en la villa toledana de Ciruelos, aunque sus restos descansan en la catedral de Toledo), no hay noticias de que la milicia cisterciense que él fundó (dirigiendo la multitud de seglares que le acompañaron desde Fitero a Calatrava) entablara ninguna batalla. Con el tiempo, esta milicia evolucionó hasta convertirse en la Orden Militar de Calatrava que, varios siglos después, adoptó como signo distintivo la cruz acolada que aún se conoce como Cruz de Calatrava y cuyo vivo color gules, desde mediados del siglo XX, adorna y forma parte del escudo y, por tanto, de las señas de identidad de Fitero. Por lo que aprovecho para felicitar al Ayuntamiento de Fitero porque siga manteniendo dicho símbolo a pesar de que recientemente se haya podido poner en cuestión.