Hace un par de fines de semana acompañé a mi amigo José Antonio Frías a visitar las renovadas instalaciones del balneario riojano de Grávalos, que celebraba unas jornadas de puertas abiertas en las que el propio alcalde, Jorge Abad, hacía de cicerone de lujo. La verdad es que vale la pena verlo, tanto para los que no conocían las antiguas instalaciones como para los que tuvimos la suerte de recorrer las que casi podríamos considerar como sus abandonadas ruinas decimonónicas. Tras la interesante visita, aprovechamos el camino de regreso a Fitero por la carretera que va a Alfaro y a los Baños de Fitero (LR-385), para hacer una parada poco después de pasar la curva más angosta que hay en ella, a poco más de 3 kms del nuevo balneario gravaleño.
Una vez aparcado el coche, volvimos sobre nuestros pasos por el arcén más cercano a la falda de la sierra de Yerga, cuyo somontano habíamos venido bordeando, y bajamos al fondo del barranco del Sotillo, por el que surca el riachuelo que pasa por debajo de esta carretera, justo en el citado congosto, donde también cambia su nombre por el de barranco de Valdeladrones.
Allí, al sur de la carretera y enfrente de Rabiñuelas (apócope de Larrate Viñuelas), en el término de la Raícilla, le mostré a mi amigo la sorprendente ubicación de la gran cueva que hay junto al poderoso pilar del puente: Cueva Ladrones, y aproveché para contarle que, antiguamente, este lugar era el último de los mojones que circundaban el coto redondo del monasterio de Fitero, limítrofe entonces con los términos de Grávalos. Nos habíamos remontado nada menos que hasta 1168, que es la fecha en la que el rey de Castilla, Alfonso VIII el Bueno, le otorgó a su monasterio de la frontera con los reinos de Aragón y de Pamplona los términos que constituyeron su territorio o coto redondo. También le comenté que allí hubo hasta un molino y otras construcciones de interés, hoy desaparecidas. Así como que hace no demasiados años, tan idílico y oculto paraje era el escogido por las parejas de recién casados para hacerse el reportaje fotográfico de la boda recién celebrada en Grávalos. Quizá un día no muy lejano, los vecinos de Grávalos se decidan a recuperar Cueva Ladrones, enlazando su romántico enclave con una senda que permita llegar a él desde el mismo balneario, añadiendo así un motivo más para visitar esta localidad y su balneario.
Lástima que por ahora la verja que cierra el paso al jardín que hay delante de la vivienda particular, edificada en la propia cueva, no nos permitió visitar su interior. No obstante, captamos la fuerza telúrica que emana de ella y aprovechamos para disfrutar de las cristalinas aguas del riachuelo que discurre a la vera de la cueva, tan transparentes como sólo las recordábamos haber visto en los ibones del lejano Pirineo aragonés. Y así completamos nuestra breve visita a Grávalos, no sin que antes mi amigo José Antonio anotara en su agenda que tenía que comentar esta excursión con su amiga Clara Fraile y que pensaba regresar pronto a Cueva Ladrones.
Una vez aparcado el coche, volvimos sobre nuestros pasos por el arcén más cercano a la falda de la sierra de Yerga, cuyo somontano habíamos venido bordeando, y bajamos al fondo del barranco del Sotillo, por el que surca el riachuelo que pasa por debajo de esta carretera, justo en el citado congosto, donde también cambia su nombre por el de barranco de Valdeladrones.
Allí, al sur de la carretera y enfrente de Rabiñuelas (apócope de Larrate Viñuelas), en el término de la Raícilla, le mostré a mi amigo la sorprendente ubicación de la gran cueva que hay junto al poderoso pilar del puente: Cueva Ladrones, y aproveché para contarle que, antiguamente, este lugar era el último de los mojones que circundaban el coto redondo del monasterio de Fitero, limítrofe entonces con los términos de Grávalos. Nos habíamos remontado nada menos que hasta 1168, que es la fecha en la que el rey de Castilla, Alfonso VIII el Bueno, le otorgó a su monasterio de la frontera con los reinos de Aragón y de Pamplona los términos que constituyeron su territorio o coto redondo. También le comenté que allí hubo hasta un molino y otras construcciones de interés, hoy desaparecidas. Así como que hace no demasiados años, tan idílico y oculto paraje era el escogido por las parejas de recién casados para hacerse el reportaje fotográfico de la boda recién celebrada en Grávalos. Quizá un día no muy lejano, los vecinos de Grávalos se decidan a recuperar Cueva Ladrones, enlazando su romántico enclave con una senda que permita llegar a él desde el mismo balneario, añadiendo así un motivo más para visitar esta localidad y su balneario.
Lástima que por ahora la verja que cierra el paso al jardín que hay delante de la vivienda particular, edificada en la propia cueva, no nos permitió visitar su interior. No obstante, captamos la fuerza telúrica que emana de ella y aprovechamos para disfrutar de las cristalinas aguas del riachuelo que discurre a la vera de la cueva, tan transparentes como sólo las recordábamos haber visto en los ibones del lejano Pirineo aragonés. Y así completamos nuestra breve visita a Grávalos, no sin que antes mi amigo José Antonio anotara en su agenda que tenía que comentar esta excursión con su amiga Clara Fraile y que pensaba regresar pronto a Cueva Ladrones.