En el Tercer Congreso de Historia General de Navarra, celebrado en Pamplona, en septiembre de 1994, el cirbonero recién galardonado con el premio Príncipe de Viana de la Cultura de 2011, Faustino Menéndez-Pidal de Navascués, publicó un trabajo muy interesante y que, desgraciadamente, sigue vigente: La destrucción de la memoria colectiva. Un ejemplo navarro, cuyo objeto era el de reclamar la atención hacia un gravísimo problema: La destrucción acelerada de las muestras visibles del pasado, hechos que algunos lamentan, a otros deja indiferentes y casi nadie evita eficazmente. En esta comunicación, el citado académico de la Historia ponía de manifiesto el valor de los testimonios materiales como hitos de referencia para la memoria histórica de los pueblos, que se ha venido transmitiendo de generación en generación. Así como que, una vez desaparecidos estos testimonios, el recuerdo de la memoria colectiva se pierde y, en el mejor de los casos, se convierte en materia científica de interés puramente académico para el reducido ámbito de los eruditos interesados en su estudio. Como ejemplo, citaba el caso de su pueblo, exponiendo un inventario de las pérdidas que había presenciado, sufridas en el último medio siglo por el patrimonio de un pueblo concreto de Navarra: Cintruénigo. Aclarando que la causa última de todas estas pérdidas es el desamor, la desestima, el olvido de la propia historia, uno de los valores hoy en baja. Se ha imbuido a la gente que el dinero -el dinero por sí mismo, como fin, no como medio- es lo único deseable, lo único que merece un esfuerzo. Aunque se quieran justificar con variados pretextos, las destrucciones del patrimonio son siempre impulsadas por quienes de una u otra manera obtienen así un beneficio económico inmediato. Y toleradas por la ignorancia de unos y la pasividad de otros. Nada importa el despojo, el perjuicio al pueblo como comunidad actual y futura, porque ante el lucro cede hoy cualquier consideración, según estamos viendo en tantos casos.
En el largo inventario de bienes civiles y religiosos desmantelados, demolidos, desaparecidos o expoliados que detalló Faustino Menéndez-Pidal se encontraba la ermita de San Sebastián y de Santa Ana, fundada en el siglo XV y reformada en el XVIII (subsiste el edificio, convertido en corral de ganado). Sin embargo, ahora en este corral ya ni siquiera se cobijan las cabras debido a que se encuentra abandonado y en tan evidente estado de ruina que amenaza con su próxima desaparición. Esta ermita de San Sebastián se encuentra en lo alto de un montículo ubicado en la margen derecha del Alhama, entre su curso y el del río Llano, junto al límite con el término municipal de la villa de Fitero, concretamente, junto a Ormiñén aunque separada de éste por la Cañada de la Eruela. Como así figura en un mapa de mediados del siglo XVII, en el que se describen los términos del antiguo monasterio cisterciense de Fitero y se señala la ermita de San Sebastián. Algo que no es de extrañar ya que, entre 1168 y 1835, en las proximidades del lugar en el que se encuentran las ruinas de esta ermita cirbonera se encontraba uno de los hitos del amojonamiento del coto redondo del monasterio de Fitero.
Francisco José Alfaro Pérez, en su libro sobre la Historia de la villa de Cintruénigo, recogía las fotografías que se conservan como único testimonio del retablo tardo-gótico, de finales del siglo XV, que hubo en esta ermita, estudiado por Alberto Jesús Aceldegui Apesteguía, en su tesis doctoral. Añadiendo el detalle de que el retablo fue vendido legalmente, a mediados del siglo XX, ante la pasividad de los vecinos, perdiéndose su pista en Barcelona, y que esta actitud de los cirboneros contrastaba con el comportamiento de los vecinos de mediados del siglo XVII, cuando algunos de ellos pretendieron trasladarlo a la iglesia parroquial, la mayor parte del pueblo impidió por la fuerza que saliera de la ermita. Así como que todos los años, hacia el 20 de enero, se le hacía una procesión "con cruz levantada" que partiendo de la villa llegaba hasta la ermita donde se celebraba una misa. Otra fecha señalada era la fiesta de Santa Ana, honrada la víspera con una salve.
Ojalá que las autoridades municipales y forales sean sensibles a la conservación de los escasos testimonios del Patrimonio Histórico de Cintruénigo y no sólo eviten que se pierdan los restos de la ermita de San Sebastián, sino que además los limpien y consoliden. A la vez que promuevan su estudio y que acondicionen el lugar para que pueda convertirse en un agradable rincón de interés turístico para quienes se acerquen a disfrutar de la rica oferta cultural que podrían encontrar en Cintruénigo, Fitero y sus alrededores si todos nos movilizáramos para que así sea.