La consagración de la iglesia del segundo Monasterio de Fitero, actual iglesia parroquial de la Villa, que tuvo lugar en Junio de 1247, motivó la aparición de nuevas vocaciones monásticas, como la del señor de la cercana villa riojana de Cornago, Juan de Vidaurre, que además conllevó la integración de su iglesia y de las pertenencias de ésta entre las propiedades del antiguo Monasterio de Fitero el 26 de Abril de 1248.
La iglesia cornaguesa de Santa María de Campo Lapuente, cuyas ruinas son vibres en la margen derecha del río Linares o antiguo río de Ejea, permaneció en manos de los cistercienses fiteranos hasta que éstos se vieron forzados a venderla, junto con una casa y las heredades que tenían en Cornago, el 30 de septiembre de 1446.
El ingreso de nobles atraídos por el interés en profesar como monjes en el majestuoso y estratégico Monasterio de Fitero, planteó el problema de cómo gestionar sus propiedades desde el propio monasterio, en beneficio suyo y también de la comunidad cisterciense a la que se habían unido, sin ser menoscabados por los intereses de los familiares que quedaban en sus lugares de origen. La solución vino de la mano del Papa Inocencio IV que, el 5 de Septiembre de 1249, emitió una bula concediendo a los monjes profesos de Fitero que pudieran reclamar y conservar todos los bienes que les pudieran corresponder, por sucesión u otros títulos oficiales, exceptuando los feudales.
También es posible que, previa conversión al cristianismo, lo hiciesen algunos cautivos musulmanes que pudieron haber sido apresados en la toma de Alcacer do Sal (Alentejo, Portugal), en la que también participaron tropas navarras, y que, así, lograsen su carta de libertad, pues se conserva un documento de estas características a favor del monje fiteriense Marcelo de Murillo, escrito en árabe.