En el siglo XVIII se registraron unas 80 auroras boreales en unas latitudes tan bajas como las de la península Ibérica o en las de otros países de la costa Norte del Mediterráneo. Hay constancia de que en Fitero disfrutaron de su belleza en cuatro ocasiones, durante los días 13 de Mayo, 13 de Julio y de 13 de Octubre de 1787, así como el 18 de Febrero de 1788.
Las de 1787 también se vieron en Madrid, Barcelona y cerca de una veintena más de localidades entre las que se encontraba la villa de Fitero, lugar en el que tanto éstas como la de 1788 fueron registradas por el cisterciense Gregorio Larrea, del Monasterio de Fitero. Concretamente, este monje que era muy aficionado a la astronomía describió la del 13 de Octubre de 1787 diciendo que puesto el Sol apareció por la parte de poniente un fenómeno de color muy encendido, con movimiento hacia Levante; donde permaneció con un cuerpo muy considerable hasta las 10 y media de la noche. A esta hora se extinguió repentina y enteramente, avistándose en el ocaso cuatro columnas de luz de color rojizo y de mucha extensión, dirigiéndose también hacia Levante. Sus extremidades alcanzaban desde el Septentrión hasta la parte del austro, y al cruzar por delante de las estrellas del Norte horologial y demás vecinas, desmerecieron éstas la luz algún tanto, por espacio de 4 minutos y medio. Permaneció siempre la aurora boreal con suma claridad desde la noche del 13, hasta que empezaron los crepúsculos del día 14; habiendo sido su mayor claridad a las dos y cuarto después de media noche.
Las de 1787 también se vieron en Madrid, Barcelona y cerca de una veintena más de localidades entre las que se encontraba la villa de Fitero, lugar en el que tanto éstas como la de 1788 fueron registradas por el cisterciense Gregorio Larrea, del Monasterio de Fitero. Concretamente, este monje que era muy aficionado a la astronomía describió la del 13 de Octubre de 1787 diciendo que puesto el Sol apareció por la parte de poniente un fenómeno de color muy encendido, con movimiento hacia Levante; donde permaneció con un cuerpo muy considerable hasta las 10 y media de la noche. A esta hora se extinguió repentina y enteramente, avistándose en el ocaso cuatro columnas de luz de color rojizo y de mucha extensión, dirigiéndose también hacia Levante. Sus extremidades alcanzaban desde el Septentrión hasta la parte del austro, y al cruzar por delante de las estrellas del Norte horologial y demás vecinas, desmerecieron éstas la luz algún tanto, por espacio de 4 minutos y medio. Permaneció siempre la aurora boreal con suma claridad desde la noche del 13, hasta que empezaron los crepúsculos del día 14; habiendo sido su mayor claridad a las dos y cuarto después de media noche.
Gregorio Larrea, dedicado al estudio de la Astronomía y al estudio de la Atmósfera desde 1784, reconoció que se descubría en el Hemisferio un Cometa de magnitud, y a la simple vista, de alguna consideración y de muy brillante y hermoso resplandor, que apareció el 23 de febrero del año indicado [1787], el cual se había dejado ver bajo la influencia de Tauro: Su ascensión recta fue de 58 grados, 12 minutos y 30 segundos, y la declinación boreal o del Norte, de 19 grados y 26 minutos. Hallóse aquel Cometa en las Pléyades, a 20 grados, 50 minutos, 2 segundos, que venía a ser sobre la cabeza de Tauro. Se ocultó en el mes de octubre a las 8 y 21 minutos, a cuya hora apareció por el Levante el planeta Mercurio en el signo de Géminis, a los 20 grados, 57 minutos y 29 segundos. En Febrero de 1788 también publicó noticias acerca del avistamiento de otros dos Cometas, convirtiéndose en uno de los astrónomos más destacados de su época en España.