En mayo de 1145 seguían las disputas por definir la nueva frontera entre los recién escindidos reinos de Pamplona y Aragón, así como la de ambos con el imperio leonés, cuya posición oriental más avanzada se encontraba entonces en Tudején (despoblado de Fitero). En este contexto se enmarcan las negociaciones que entonces reemprendió el futuro rey de Castilla, Sancho III el Deseado, hijo de Alfonso VII el Emperador, para poder retomar sus campañas de reconquista en al-Andalus, con su tío Raymond Berenguer IV el Santo, conde de Barcelona y regente en Aragón, a quien también le interesaba emprender su propia campaña contra los musulmanes, una vez asegurada su frontera occidental con Pamplona.
Así se fraguó una nueva y efímera tregua entre los reinos de Pamplona y Aragón, en cuya gestión desempeñó un papel importante San Raimundo de Fitero y su fronterizo y estratégico monasterio cisterciense de Niencebas (despoblado de Alfaro), ya que, el 27 de mayo de 1145, pocos días después de que se firmasen estas paces, es cuando el futuro abad fiterano recibió en agradecimiento la donación de los fronterizos y estratégicos lugares en los que fundó las granjas cistercienses de La Oliva (Carcastillo) y de Veruela (Vera de Moncayo), en ambas márgenes del río Ebro.
Las granjas de La Oliva y Veruela continuaron su desarrollo hasta que, en septiembre de 1150, San Raimundo obtuvo la necesaria aprobación del Capítulo General de la Orden de Cister, en Borgoña, para que ambas se pudieran independizar y transformar en sendos monasterios afiliados a esta orden monástica a través del monasterio de Niencebas, por medio de los cuales se articulaba la frontera de los reinos de Castilla, Pamplona y Aragón bajo la supervisión arbitral de los cistercienses.
La Oliva y Veruela siguieron siendo monasterios dependientes de San Raimundo mientras éste también estuvo al frente del primer monasterio de Fitero, esto es hasta que su aventura en Calatrava, para cuya defensa organizó una milicia cisterciense que acabó dando lugar a la Orden Militar de Calatrava, propició la invasión turiasonense del monasterio de Fitero, la expulsión de sus monjes y la llegada de una segunda comunidad monástica, que como la primera también procedía del monasterio cisterciense de l'Escaladieu (Bonnemazon, Hautes-Pyrénées), a cuyo frente estuvo el que fue el segundo abad fiterano, Guillaume, desde 1160. Año en el que Capítulo General de esta orden debió aprobar la refundación cisterciense del monasterio de Fitero, que ahora se encontraba en la diócesis de Tarazona, mientas San Raimundo y el obispo de Calahorra reclamaban sus derechos ante el Papa. Con la salvedad de que las antiguas filiales de La Oliva y Veruela pasaban a depender directamente de la casa madre de Fitero: l'Escaladieu, en vez de seguir haciéndolo a través del monasterio que había fundado San Raimundo en el valle del Alhama.