El 24 Julio de 1788, se publicó en el Diario de Madrid la noticia recogida por el astrónomo cisterciense Gregorio Larrea acerca de la caída de un meteorito a las 20:45, del 21 de Mayo de ese año, que describió diciendo que soplaba un viento manso de Oeste, el aire estaba despejado de nubes, la noche serena y clara a proporción del reflejo de luz que despedía la luna después de una noche de plenilunio. Vióse a este tiempo correr una exhalación, que parecía realmente dirigir su curso por encima de la extremidad oriental de este Monasterio y Pueblo de Fitero a altura (según parecía) de 200 pies, la cual se disminuía a proporción que la exhalación declinaba hacia la Tierra.
El principio de este cuerpo tan sumamente luminoso era esférico, y su circunferencia poco menos a nuestra vista que la que presenta la luna al salir. Seguía una especie de cola, al parecer de más de dos o tres varas, toda ella de una luz tan viva, que de todo el meteorito salía unas ráfagas de fuego muy encendido que despedía muchas chispas, las cuales parecían caer sobre la Tierra. El resplandor provenido de este monstruo aéreo fue tan grande, que dejó enteramente ofuscada la luz que comunicaba la luna, que se hallaba en los 26 grados del signo de Escorpión. A los cinco o seis minutos de haber pasado por este cielo, sintióse un olor semejante al que deja el plomo al derretirse. La Atmósfera conservó siempre la misma serenidad. La dirección del meteoro fue de Noreste a Suroeste y el viento que reinaba era el septentrional. Se mudó al otro día en levante, y prosiguió algunos días, dándonos saludables aguas, que han asegurado la cosecha de granos, en este Reino, pues antes de suceder lo sobrereferido, se hacían rogativas, implorando al todo Poderoso remediara la necesidad que padecían los campos.
Lástima que el astrónomo Gregorio Larrea no diera más noticias del lugar concreto de Fitero en el que cayó este meteorito, ni tampoco de si se pudo recuperar algo de sus restos, aunque por su relato bien pudo desintegrarse en fragmentos irreconocibles antes de su impacto definitivo en el solar fiterano. Porque así se podría comparar con el que, en la Nochebuena de 1858, cayó en la murciana localidad de Molina de Segura y que se considera el mayor que ha caído en la península Ibérica. No obstante, ahí queda esta curiosa noticia para que figure en los anales de la Historia de Fitero pues no todos los días se produce un caso como éste.