En su Vocabulario Navarro de 1952, el escritor tudelano José María Iribarren Rodríguez recogió la noticia de la Ofrenda de las Migas que se había hecho famosa en Fitero. Alguno años después, en 1969 aportó más información acerca de esta tradición fiterana Manuel García Sesma, publicando que la pintoresca intervención de los pastores de la localidad en la clásica Misa del Gallo era una costumbre tradicional antiquísima, abolida actualmente, como tantas otras hoy. Hay que tener en cuenta que los pastores constituían antiguamente en Fitero un gremio respetable, pues, en el censo de 1797, figuraban nada menos que 47. En tiempos pasados, los pastores locales no sólo bailaban en la Nochebuena, delante del Niño Dios, al son de las zambombas y de los panderos, sino que además se cenaban, en su presencia, una gran sartén de migas. Previamente las freían en el cementerio, situado entonces en los aledaños de la parroquia, o sea, en la actual Plaza de la Iglesia, y, a continuación, entraban con ellas en el templo, colocándose en el presbiterio, delante del Nacimiento. Cuando llegaba el ofertorio, el celebrante bendecía las migas, hacía ofrenda de ellas al Niño Jesús, en compañía de los pastores, y éstos finalmente se las engullían silenciosamente, en medio de un regocijo ingenuo y honesto. Un detalle que se le olvidó consignar a mi informador, es, si durante esta cena ritual, los pastores empinaban también la bota; pues las migas sin vino no se deslizan fácilmente hacia el estómago.
Esta costumbre se mantuvo hasta que, un año, un chusco irreverente tuvo la diabólica ocurrencia de arrojar furtivamente en la sartén unas cuantas guindillas que picaban a rabiar - y tal vez, polvos de pica-pica-, provocando en los pastores una tos bronca y persistente, que degeneró en un espectáculo cómico, indigno del lugar sagrado. Desde entonces, quedó suprimida la Ofrenda de las Migas.
No estaría mal que se recuperara esta antigua tradición fiterana que le daba un toque especial y atractivo a la celebración de la Misa del Gallo. Eso sí, asegurándose de que ningún aguafiestas volviera a estropear dicha tradición por una hacer una gracia y que, a falta de pastores, fueran voluntarios quienes preparasen las migas y convidaran a los asistentes a dar cuenta de la Ofrenda de las Migas, una vez realizada ésta, claro está.